BUSCAR EN TAI CHI DEL PARQUE

18.8.15

Haciendo inventario de uno mismo

Excelente artículo escrito por Bhikkhu Bodhi aplicable a cualquier práctica meditativa, sea budista o tai chi chuan o chi kung, yoga, etc.


“Aunque de acuerdo a los principios buddhistas el sendero lleva en forma segura y directa de la opresión a la libertad, tal parece que cuando lo seguimos toma muchas veces una ruta torcida, según le exigen las torceduras y giros de nuestra retorcida topografía mental. A menos que tengamos raíces sanas y excepcionalmente maduras, no podemos esperar alcanzar la meta "como vuela el cuervo", encumbrándose sin obstáculos a través de los rápidos y gozosos corredores aéreos de las jhanas, y las altas y penetrantes visiones. En su lugar, debemos estar preparados para seguir el sendero a nivel de la tierra, moviéndonos lentamente, firme y con cuidado a través de las torcidas carreteras de las montañas de nuestra mente. Comenzamos en el inevitable punto de partida - con la excepcional constelación de rasgos personales, hábitos y potencialidades que traemos a la práctica. Nuestras profundas y arraigadas impurezas, y obstinados espejismos, así como nuestra escondida reserva de bondad, fortaleza interna y sabiduría serán el material inmediato con el cual se forjará la práctica, el terreno a atravesar, y el vehículo que nos conducirá a nuestro destino.

La confianza en el sendero buddhista es un pre-requisito para mantenerse con firmeza en esta travesía. Pero muchas veces ocurre que aunque estemos completamente convencidos de la efectividad liberadora del Dhamma, tropezamos y nos quedamos perplejos en cuanto a cómo podemos seguir fructíferamente el Dhamma. Un paso importante para cosechar los beneficios de la práctica del Dhamma consiste en evaluar honestamente nuestra personalidad. Si podemos hacer uso efectivo de los métodos que el Buddha enseñó para sobreponernos a las impurezas de la mente, debemos primero hacer un inventario de las impurezas que particularmente prevalecen en nuestra constitución individual. No es suficiente el sentarnos y consolarnos con el pensamiento de que el sendero conduce infaliblemente al fin de la avidez, odio e ignorancia. Para que el sendero sea efectivo en nuestra práctica, debemos familiarizarnos con nuestra persistente avidez, odio e ignorancia según surgen en nuestra vida cotidiana.

Sin estas honestas confrontaciones con nosotros mismos, todas las otras búsquedas del Dhamma no serán de provecho alguno y, de hecho, pueden conducirnos a nuestra perdición. Aunque podemos obtener un amplio conocimiento de los textos buddhistas, aclarar nuestro entendimiento, agudizar nuestra capacidad de pensamiento, invertir muchas horas en el cojín y pasillo de meditación, si no atendemos las imperfecciones de nuestra personalidad, todos estos otros logros, lejos de liberarnos de las impurezas, podrían afianzarlas aún más. 

Aunque la honesta evaluación de uno mismo es uno de los pasos de vital importancia en la práctica del Dhamma, también es uno de los más difíciles. Lo que lo hace tan difícil es la radical nueva perspectiva que se debe adoptar para llevar a cabo una investigación de uno mismo, y las duras barreras que deben penetrarse para llegar a un verdadero entendimiento de uno mismo. En los esfuerzos de evaluarnos ya no estamos observando una entidad externa que podemos tratar como un objeto extraño a ser evaluado en términos de nuestros propósitos subjetivos. Observamos el propio centro de observación, ese evasivo centro desde el cual miramos con fijeza al mundo, y lo hacemos de tal forma que echamos luz crítica a todos sus motivos y proyectos. Entrar en esta actividad de averiguación es chocar directamente contra nuestro sentido de identidad y tener que rasgar las gruesas capas de ignorancia y de ciega emotividad que mantiene intacto ese sentido de identidad. 

Normalmente, obedeciendo a la necesidad de confirmar nuestra importancia irremplazable y excepcional, procedemos a construir imágenes mentales ciertamente, una verdadera galería de cuadros- de lo que imaginamos que somos. Las imágenes que surgen de estos retratos se convierten en el sostén principal del cual nos agarramos para poder mantener nuestra autoestima y la perspectiva desde la cual nos dirigimos hacia los demás, y llevar a cabo nuestros proyectos mundanos. La mente recurre a una variedad de estrategias ‘a espaldas’ de nuestra conciencia para asegurar su frágil condición. Coloca persianas para mantener fuera toda información perturbadora, nos adula con proyecciones fantasiosas y nos impulsa a manipular a las personas y situaciones, de manera que parezcan validar nuestra asunción tácita acerca de nuestras virtudes e identidad.

Todos estos proyectos, que nacen de la búsqueda para comprobar nuestro sentido de identidad, sólo aumentan nuestro sufrimiento. Mientras más nos encerramos en las imágenes que hacemos de nosotros mismos, más nos enajenamos de los demás, y cerramos nuestro acceso a la verdad liberadora. Por lo que la liberación del sufrimiento requiere que, gradualmente, descartemos nuestras imágenes engañosas mediante un riguroso examen de nuestra mente. 

El venerable Sariputta en su discurso sobre las no imperfecciones (Majjh. 5) hace énfasis en el papel de la honesta autoevaluación como pre-requisito del crecimiento espiritual. Él señala que de la misma manera que un mugriento búho de bronce, depositado y abandonado en un polvoriento lugar sólo se ensucia y se llena aún de más polvo, así mismo, si fallamos en reconocer las imperfecciones de nuestras mentes, no podremos hacer ningún esfuerzo para eliminarlas, sino que continuaremos albergando avidez, odio e ignorancia muriendo con una mente corrupta. Y, de la misma manera en que un sucio búho de bronce que se limpia y pule, con el tiempo se tornará brillante y radiante, así mismo, si reconocemos las manchas de nuestra mente obtendremos la energía para purificarlas, y habiéndonos purgado de toda impureza, moriremos con una mente pura. La tarea de conocer es siempre una muy difícil, pero sólo conociendo nuestras mentes es que podremos formarlas, y sólo formándolas podremos liberarlas."



Autor: Bhikkhu Bodhi. Traducido por Ronald Martínez-Lahoz. Boletín de la Buddhist Publicacion Society No. 67(Verano-Otoño 1987). Este material puede ser reproducido para uso personal, puede ser distribuido sólo en forma gratuita. ©CMBT 1999. Última revisión lunes, 13 de marzo de 2000. Fondo Dhamma Dana.


11.8.15

Qué es trascender el Ego?

Por Ken Wilber


Precisamente porque el ego, el alma y el Yo pueden estar presentes al mismo tiempo, no será difícil comprender el sentido verdadero de ausencia del ego – expresión que viene causando inmensa confusión. Ausencia del ego no significa ausencia de un yo funcional (lo cual sería propio de un psicótico y no de un sabio); significa que ya no estamos identificados exclusivamente con aquel yo.

Uno de los muchos motivos de no saber lidiar con la noción de ausencia del ego es que deseamos que nuestros sabios satisfagan nuestras fantasías relativas a santidad o espiritualidad, lo cual, habitualmente, significa que esas personas estén muertas del cuello para abajo, libres de los apetitos o deseos de la carne, eternamente sonrientes. Deseamos que esos santos no pasen por todas las cosas que nos incomodan – dinero, comida, sexo, relaciones, deseos. Los sabios en ego están por encima de todo eso – así lo deseamos. Queremos cabezas que hablen. Consideramos que la religión bastará para librarlos de todos los instintos básicos, de todas las formas de relación, considerando a la religión, no como una orientación para vivir la vida con entusiasmo, sino como guía para evitarla, reprimirla, negarla, huir de ella.

En otras palabras, el hombre típico espera que el sabio espiritual sea menos que una persona, de algún modo libre de los impulsos confusos, difusos, complejos, pulsantes, compulsivos, que guían a la mayor parte de los seres humanos. Esperamos que nuestros sabios sean la ausencia de todo cuanto nos impulsa. Queremos que no sean siquiera tocados por todas las cosas que nos atemorizan, que nos confunden, que nos atormentan, que nos aturden. Y a esa ausencia, a esa falta, a ese “menos que una persona” es a lo que frecuentemente denominamos “sin ego”.

Sin embargo, sin ego no significa menos que una persona; significa más que una persona. No persona menos, sino persona más – es decir, todas las cualidades normales de la persona, más algunas transpersonales. Pensemos en los grandes yoghis, santos y sabios – desde Moisés a Cristo, a Padmasambhava. No fueron unos amanerados sin fibra, sino dinámicos e instigadores – desde el episodio de los vendedores del Templo hasta la imposición de nuevos rumbos a naciones enteras. Han lidiado con el mundo en sus propios términos, no en términos de una piedad melosa; muchos de ellos han provocado revoluciones sociales significativas, que se han extendido por miles de años. Y así lo hicieron, no porque hubiesen evitado las dimensiones físicas, emocionales y mentales de la humanidad – tampoco al ego, que es el vehículo de todas ellas – sino porque las han asumido con tal garra e intensidad que han sacudido los propios fundamentos del mundo. Indiscutiblemente, estaban además íntimamente conectados con el alma (el psiquismo más profundo) y el espíritu (el Yo informe) – fuente última de su fuerza – pero han expresado esa fuerza y supieron obtener de ella resultados concretos, exactamente por haber asumido, decididamente, las dimensiones menores mediante las cuales ella podría expresarse de modo a ser sentida por todas las personas.

Esos grandes agentes de movilización y cambio no fueron egos pequeños; fueron grandes egos, en la más completa acepción del término, precisamente porque el ego (vehículo funcional del dominio de la mente) puede existir y de hecho existe con el alma (vehículo de lo sutil) y con el Yo (vehículo de lo causal). En la misma medida en que esos grandes maestros han movilizado el dominio de la mente, han movilizado el propio ego, porque el ego es el vehículo de ese reino. No obstante, no se identificaban meramente con su ego (eso sería narcisismo); simplemente lo han percibido conectado a una fuente Cósmica radiante. Los grandes yoghis, santos y sabios han conseguido tanto, precisamente porque no han sido tímidos aduladores, sino grandes egos conectados con su Yo superior, animados por el puro Atman (el puro Yo – yo) que es uno con Brahmán; abrieron la boca y el mundo se estremeció, cayó de rodillas y pudo ver cara a cara al Dios radioso.

Santa Teresa ¿no fue una gran contemplativa? Sí, y Santa Teresa fue la única mujer que reformó una tradición monástica entera (pensemos en esto). Gautama Buda sacudió a la India en sus propios fundamentos. Rumi, Plotino, Bodhidharma, Lady Tsogyal, Lao Tsé, Platón, el Baal Shem Tov – estos hombres y mujeres iniciaron revoluciones en el mundo que han durado cientos, a veces miles de años – cosa que ni Marx, ni Lenin, ni Locke, ni Jefferson, podrían afirmar haber conseguido. Y no procedieron así porque estuviesen muertos del cuello para abajo. No, ellos eran fantásticamente, divinamente grandes egos, ligados profundamente a lo psíquico, que estaba directamente ligado a Dios.

Hay cierta verdad en la noción de trascender el ego: no significa destruir el ego, sino conectarlo a algo más grande. Tal como afirma Nagarjuna, en el mundo relativo, atman es real; en lo absoluto, ni atman ni anatman son reales. Así, en ningún caso annatta corresponde a una descripción correcta de la realidad. El pequeño ego no se evapora; permanece como centro funcional de la actividad en el dominio convencional. Tal como he dicho, perder ese ego significa tornarse un psicótico, no un sabio.

Trascender el ego significa, pues, en verdad trascenderlo, pero incluirlo en una implicación más profunda y más elevada, primeramente en el alma o psiquismo más profundo, después en el Testigo o Yo superior y, entonces, tras la absorción en los niveles precedentes, implicarse, incluirse y abrazarse en la radiación del Uno. Y esto no significa, por tanto, librarse del pequeño ego, sino, al contrario, habitar en él plenamente, vivirlo con entusiasmo, usarlo como vehículo necesario, a través del cual puedan ser transmitidas las grandes verdades. Alma y espíritu incluyen el cuerpo, las emociones y la mente; no los eliminan.

Toscamente, podemos decir que el ego no es una obstrucción para el Espíritu, sino una radiosa manifestación del Espíritu. Todas las Formas no son sino el Vacío, inclusive la forma del propio ego. No es necesario librarse del ego, sino, simplemente, vivirlo con cierta intensidad. Cuando la identificación desborda el ego en el Cosmos en general, el ego descubre que el Atman individual es, de hecho, de la misma especie de Brahmán. El Yo superior no es, en verdad, un pequeño ego, y así, en el caso de que estemos presos a nuestro pequeño ego, la muerte y la trascendencia son necesarias. Los narcisistas son, simplemente, personas cuyos egos no son aún lo suficientemente grandes para abrazar el Cosmos entero y, para compensar, intentan convertirse en el propio centro del Cosmos.

No queremos que nuestros sabios tengan grandes egos; ni siquiera deseamos que exhiban cualquier característica evidente. Siempre que un sabio se muestra humano – respecto del dinero, la comida, el sexo, las relaciones – nos sentimos perplejos, porque estamos planeando huir enteramente de la vida, y el sabio que vive la vida nos ofende. Queremos estar fuera, queremos ascender, queremos escapar, y el sabio que asume la vida con placer, la vive totalmente, sube a cada ola de la vida y surfea en ella hasta el final – nos perturba y nos asusta intensamente, profundamente, porque significa que nosotros, también, deberíamos asumir la vida con placer, a todos los niveles, y no simplemente escapar de ella en una nube etérea, luminosa. No queremos que nuestros sabios tengan cuerpo, ego, impulsos, vitalidad, sexo, dinero, relaciones o vida, porque esas son cosas que habitualmente nos torturan y queremos verlas lejos de nosotros. No queremos surfear en las olas de la vida, queremos que las olas desaparezcan. Queremos una espiritualidad formada de humo.

El sabio completo, el sabio no-dual está aquí para demostrarnos lo contrario. Generalmente conocidos como “tántricos”, estos sabios insisten en trascender la vida, viviéndola. Insisten en buscar la liberación en el envolverse, encontrando el nirvana en medio del samsara, hallando la liberación total a través de la completa inmersión. Pasan de manera consciente por los nueve círculos del infierno, seguros de que en ningún otro lugar encontrarían los nueve círculos del cielo. Nada les es extraño porque nada existe que no sea Uno. En verdad, el secreto consiste en estar enteramente a gusto en el cuerpo y con sus deseos, con la mente y sus ideas, con el espíritu y su luz. Asumirlos enteramente, plenamente, simultáneamente, puesto que todos sin igualmente manifestaciones de lo Uno y Único. Vivenciar la pasión y verla funcionar; penetrar en las ideas y acompañar su brillo; ser absorbido por el Espíritu y despertar para la gloria que el tiempo ha olvidado nombrar. Cuerpo, mente y espíritu, totalmente contenidos, igualmente contenidos, en la conciencia eterna que es la esencia de todo el espectáculo. 

En la quietud de la noche, la Diosa susurra. En la luminosidad del día, Dios amado brama. La vida pulsa, la mente imagina, las emociones ondulan, los pensamientos vagan. Qué son todas estas cosas, sino movimientos sin fin de lo Uno, eternamente jugando con sus propias manifestaciones, susurrando mansamente a quien quiera oírlo: ¿esto no eres tú mismo? Cuando ruge el trueno, ¿no oyes a tu Yo? Cuando irrumpe el rayo, ¿no ves a tu Yo? Cuando las nubes se deslizan mansamente en el cielo, ¿no es tu propio Ser ilimitado, que está haciéndote señas?

Tomado de Consciencia Eterna.