BUSCAR EN TAI CHI DEL PARQUE

13.6.12

No te rasques…

Vale la pena quedarse quieto un rato, pero es algo difícil de lograr por lo menos al principio.

En meditación, de sentados o de parados, por ejemplo en la práctica del abrazo del árbol, cuantas veces surge la necesidad de movernos, aunque sea milimétricamente? Muchas veces lo hacemos sin siquiera darnos cuenta que nos estamos moviendo.

Apenas nos quedamos quietos surgen las ganas de rascarnos alguna parte del cuerpo, de acomodarnos el pelo o la ropa, de mover un dedo, mojar los labios, acomodar un hombro o una pierna. Son los impulsos de la mente que surgen cuando le indicamos que no haga nada. La mente no quiere no hacer nada, la mente quiere hacer lo que ella quiera y eso es pensar y moverse.

La cuestión es si podemos superar el impulso y a pesar del mismo, quedarnos quietos. Y la segunda cuestión es si quedarnos absolutamente quietos sirve para algo.

Superar el simple impulso de movernos es una práctica que nos lleva a aprender sobre la naturaleza de la mente. Los impulsos aparecen constantemente: queremos gritar, queremos golpear, queremos comprar, queremos comer. Aprender a superar el impulso de movernos es solo el primer paso: lograr detenernos antes de movernos, reconocer que esa necesidad es solo fruto de un impulso de la mente y decidir quedarnos quietos.

Si pudiéramos hacer eso antes de comer como glotones, antes de fumar un cigarrillo, antes de comprar compulsivamente, antes de gritarle a un hijo, ese día que el cansancio nos supera y el hijo en realidad no tiene nada que ver…

Pero partimos de la base en la que consideramos que nuestros pensamientos no son tan importantes realmente, porque a través de observarlos, comprendemos que son impermanentes, cambiantes e insustanciales. Esto significa que hoy pensamos una cosa, pero mañana pensaremos otra y que además cuando el pensamiento deja de existir ya no queda nada. Puedes recordar todos los pensamientos que tuviste en la vida? Todos los que tuviste ayer? Entonces, porque hacerle caso a todos?

Volvamos a lo de rascarse… cuando observamos el picor, eso que está desacomodado o el dolor de la postura, también comprendemos que es pasajero, que cuando dejamos de prestarle atención, el picor se pasa, lo desacomodado pierde importancia y el dolor mengua.

Entonces nos quedamos quietos para observar.

Y qué valor tiene la quietud? Primero, dejar de entrometernos tanto en la circulación de la energía. La mente le dice a la energía - ve para allá, ven para acá -, todo el tiempo dándole indicaciones. Al quedarnos quietos, la mente deja de dar tantas ordenes y la energía, que es sabia, empieza a circular por donde corresponde.

Segundo, tenemos disponibilidad para observar la mente y justamente esto de la impermanencia. Empezamos a comprender que los pensamientos aparecen y desaparecen de la mente constantemente.

Tercero, en quietud el cuerpo descansa y se regenera.

Y por último, surge una armonía entre movimiento y no movimiento. Un poco de quietud compensa tanto movimiento.

Durante el movimiento también aparecen estos impulsos. Mientras hacemos la Forma del tai chi o el movimiento de qigong, aparecen los mismos impulsos. También debemos ignorarlos y continuar con la forma. Debemos aprender a no dejarnos desfocalizar por cada impulso que surge.

Estamos haciendo la forma de tai chi y nos rascamos la cara. Vamos conduciendo el auto y de repente buscamos algo en la cartera apartando la vista de la ruta. Lo primero no es peligroso, lo segundo si. El impulso que lleva a desfocalizarnos de una acción que requiere toda nuestra atención, nos pone en una situación de riesgo. Podemos ignorar esto durante toda la vida y ser así de negligentes o podemos empezar a verlo y a practicar.

Nadie piensa que no rascarse durante la meditación puede salvarle la vida, puede evitarle una situación de riesgo, puede evitarle un disgusto, una situación dolorosa… pero si, puede que si.